lunes, 8 de febrero de 2016

VIAJANDO POR EUROPA: BULGARIA. Ser reflexivos.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Bulgaria, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Bulgaria

EL PRÍNCIPE Y EL HALCÓN.

Boris era un joven príncipe al que le gustaba mucho ir de cacería.  Con frecuencia se reunía con otros condes y caballeros que compartían la misma afición.

Una mañana de verano, como tantas veces, un pequeño grupo se dio encuentro en lo alto de un cerro, desde donde solían empezar la expedición. Los jóvenes cazadores llenaron el monte de sus alegres saludos y risas. Tras un primer momento de amena conversación, empezaron a adentrarse en el bosque.

Todos tenían magníficos perros, bien amaestrados, pero el ayudante más preciado del príncipe era un halcón sacre, que siempre llevaba al hombro. Éste se alzaba en vuelo de tanto en tanto, y desde arriba descubría las posibles presas. Cuando el ave realizaba un vuelo circular, nuestros cazadores sabían que la presa estaba cerca.

Sin embargo, ese día parecía ser  que todos los animales se hubieran escondido, quizás por el fuerte calor. Por más que anduvieron, ni los perros ni el halcón daban muestras de encontrar nada. Pararon a comer y  bebieron largamente.
Por la tarde parecía que todo seguía igual, y como el calor persistía, las municiones de agua llegaron a su fin. Entonces decidieron todos volver a sus castillos, dejando la  cacería para otra ocasión. Al llegar  a una encrucijada del camino, cada comitiva tomó su dirección. Nuestro príncipe, con sus criados, decidió seguir por un sendero en el que recordaba haber visto alguna vez una  pequeña fuente. El halcón salió volando y desapareció en el cielo. El príncipe sabía que su fiel ave no tardaría mucho en volver a su hombro. Siguieron caminando y tras  varios rodeos, dieron  con la fuente.  Apenas tenía un hilillo de agua.

Boris bajó de su caballo y cogiendo un vaso de plata de su zurrón, empezó a llenarlo. Estaba sediento, pero esperó pacientemente a que se llenara el pequeño vaso. Cuando se disponía a llevárselo a la boca, un fuerte zumbido cruzó el aire y tiró el vaso al suelo. El príncipe se sobresaltó  y al alzar los ojos vio a su halcón remontar el vuelo. Se sintió muy contrariado ¡Tenía tanta sed! ¿Se habría vuelto loco el halcón?

Volvió a recoger el vaso y de nuevo se puso a llenarlo. Cuando al fin lo tuvo lleno y fue a acercarlo  a sus labios, el halcón se precipitó  sobre el vaso arrojando de nuevo el agua al suelo. Boris se enfureció verdaderamente, lanzando una maldición sobre el animal.

Por tercera vez llenó el vaso y miró  desconfiadamente a su alrededor. Esta vez desenvainó su espada,  no vio al halcón y de nuevo intentó beber. Al instante el ave  descendió velozmente desde una rama y cayó en picado sobre el vaso; pero esta vez, Boris, fuera de sí, dio un certero sablazo sobre el halcón, que cayó muerto a  sus pies.

Al hacer esto el vaso cayó rodando hasta unas grietas donde  se perdió definitivamente. Entonces, el príncipe, todavía encolerizado, trepó a la roca por la que caía el hilillo de agua, esperando que allí, el manantial ofreciera  más fácilmente la ansiada agua. Efectivamente, sobre la roca, había un pequeñísimo remanso de agua, donde…  yacía muerta una venenosísima serpiente.

En ése mismo instante Boris comprendió que su fiel halcón había estado intentando salvarle la vida, pues las aguas estaban contaminadas mortalmente. Cerró los ojos y dio un profundo suspiro. Permaneció así, inmóvil, unos instantes.

Descendió de la roca, y con sumo cuidado, recogió al halcón con profundo respeto y  emoción y lo metió en su zurrón.


Boris aprendió una lección ese día que nunca más olvidó: En momentos de tensión, es preferible esperar y pensar antes de actuar.

jueves, 21 de enero de 2016

VIAJANDO POR EUROPA:ESPAÑA. La sociabilidad.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: España, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja España

HABLANDO SE ENTIENDE LA GENTE.

Daniel tenía 10 años cuando se tuvo que ir a vivir a Inglaterra. La empresa donde trabajaba su padre,   le había destinado  allí  durante tres años.  Toda la familia  se instaló en una pequeña población cercana a Londres.  El primer día de clase estaba algo nervioso; también había otro nuevo alumno, Tom, que aunque británico, era del norte. El profesor  presentó  los dos nuevos alumnos al resto de compañeros.

Daniel, afortunadamente, se defendía bastante bien con el inglés, y aunque  no comprendía  todo,  su nivel le permitía entender bastante y  hacerse entender. 
Al cabo de unas semanas Daniel empezó a sentirse bastante a gusto en la clase. Era de carácter abierto, desenfadado, reía a gusto cualquier gracia y solía estar alegre. Aunque ya estaban formados  los grupos de amistades, él se acercaba y preguntaba con naturalidad “¿Puedo jugar?”, así pronto se hizo amigo de todos. Además Daniel se sabía muchos chistes y le gustaba contarlos con lo cual cuando decía  “¿Os cuento un chiste?”  empezaban a arremolinarse en torno a él y se formaba un buen grupo de niños y niñas.  Daniel con sus chistes y sus errores al hablar inglés, producía muchas risas, pero él no se cortaba,  se reía también y seguía.  De esta forma tan sencilla se ganó a todos.

Tom, en cambio, era más callado y a pesar de ser inglés, estaba más retraído. En el patio, se sentaba en un bordillo y desde allí observaba como  los demás jugaban. Ni él se acercaba, ni los demás  a él tampoco. Todos los profesores comentaban entre sí lo curioso del caso, Daniel, siendo extranjero, se había integrado mucho antes que Tom.

Un día, Daniel observó a Tom sentado en el bordillo y le dio pena de verle solo.

-Oye, ¿por qué no te vienes con todos a jugar al fútbol? ¿No te aburres?
-Bueno, sí…
-Pues vente, hombre; ven que se lo vamos a decir a los otros…
- Es que…
-¿Qué?
-Es que yo no sé jugar al fútbol. En mi cole se solía jugar al cricket o al béisbol.
-Anda, que gracia, había oído hablar del cricket pero no tengo ni idea de qué es eso… explícamelo, por favor, que quiero enterarme de qué va…

Daniel se sentó a  su lado y Tom empezó a explicarle. Éste, sintiéndose escuchado con tanto interés se animó a hablar y se fue motivando, su sonrisa  revelaba que este juego le gustaba mucho y lo echaba de menos. Daniel dijo después: ¡oye, está genial! ¿por qué no les decimos mañana a los otros que si jugamos a esto?

Tom se volvió a casa más contento y animado.

Al día siguiente, al llegar la hora del recreo, todo el mundo salió corriendo al patio. Tom no se había alejado mucho del grupo, pero tampoco se animaba a acercarse del todo,  miraba a Daniel a ver que hacía. Daniel sí se acordaba. Se acercó a él y llevándolo al grupo les dijo:

-Chicos, ¿podríamos jugar al cricket? Tom sabe jugar y a mí me gustaría mucho aprenderlo…
-Vale, hace tiempo que no jugamos.

Pasaron todo el recreo jugando y disfrutaron mucho. Tom resultó ser muy buen jugador y a Daniel le pareció muy interesante, aunque cometió muchas torpezas como buen principiante.

Al subir a la clase Daniel le dio las gracias a Tom por enseñarle, y le dijo:
-¿Por eso no  jugabas con nosotros? Pues hombre, hablando se entiende la gente, tenías que haberlo dicho antes, mira que bien nos lo hemos pasado todos. Tú cuando quieras algo dilo y si se puede… pues arreglado el asunto. Al menos eso hago yo.
-Pues sí, tú es que eres más abierto, yo no tanto…
-Ya… pero vale la pena ¿no? Tú inténtalo… también yo te enseñaré a jugar al futbol un poco más y así  jugarás todos los días, los de cricket, cricket y los de fútbol, fútbol…Chico, es bueno participar en todo.
-Vale, lo intentaré.

Y así fue pasando la semana. Tom se ganó la admiración de todos. Esto le dio seguridad y ya se mostró tal cual era. Cuando llegó el turno de jugar al fútbol,  se cortó un poco pero se esforzó, por seguir el consejo de Daniel. Poco a poco fue mejorando y le fue gustando más.

Los profesores los miraban complacidos y con aquellas indebidas generalizaciones, que todos de vez en cuando hacemos, dijeron: Desde luego “los españoles” que sociables y abiertos son.


sábado, 21 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: IRLANDA. Solidaridad.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Irlanda, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.


Hoja Irlanda


EL PRÍNCIPE FELIZ


Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada .Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba.

Una noche llegó a la ciudad una golondrina que iba camino de Egipto. Sus amigas habían partido hacia allí semanas antes, pero ella se había quedado atrás. Al ver la estatua del Príncipe Feliz pensó que era un buen lugar para posarse y pasar la noche. Cuando ya tenía la cabeza bajo el ala y estaba a punto de dormirse una gran gota de agua cayó sobre ella.

- Qué raro, si ni siquiera hay nubes en el cielo… - pensó la golondrinita.


Pero entonces cayó una segunda gota y una tercera. Levantó la vista hacia arriba y cuál fue su sorpresa cuando vio que no era agua lo que caía sino lágrimas, lágrimas del Príncipe Feliz.

- ¿Quién eres?
- Soy el Príncipe Feliz.
- ¿Y entonces por qué lloras?
- Porque cuando estaba vivo, vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor. Pasaba mis días bailando y jugando en el jardín y era muy feliz. Por eso todos me llamaban el Príncipe Feliz. Había un gran muro alrededor del castillo y por eso nunca vi que había detrás; la verdad es que tampoco me preocupaba. Pero ahora que estoy aquí colocado puedo verlo todo. Me doy cuenta de la miseria e infelicidad de esta ciudad y por eso mi corazón de plomo sólo puede llorar.



La golondrinita escuchaba atónita las palabras del Príncipe.

- Mira, allí en aquella callejuela hay una casa en la que vive una pobre costurera - dijo el príncipe - Está muy delgada y sus manos están ásperas y llenas de pinchazos de coser. A su lado hay un niño, su hijo, que está muy enfermo y por eso llora. Golondrina, ¿podrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Yo no puedo moverme de este pedestal.
- Lo siento pero tengo que irme a Egipto. Mis amigas están allí y debo ir yo también.
- Por favor golondrinita, quédate una noche conmigo y sé mi mensajera.

A la golondrina le daba mucha pena ver tan triste al príncipe, por ello al final accedió. De modo que arrancó el gran rubí que tenía el Príncipe Feliz en la espada y lo dejó junto al dedal de la mujer.

Al día siguiente la golondrina le dijo al príncipe:

- Me voy a Egipto esta misma noche. Mis amigas me esperan allí.
- Pero, querida golondrina, allí en aquella buhardilla vive un joven escritor que intenta acabar su obra pero el pobre no puede seguir escribiendo por el frío y el hambre que padece. Haz una cosa, coge uno de mis ojos hechos de zafiros y llévaselo. Podrá venderlo para comprar comida y leña.
- Pero no puedo, debo marchar…
- Hazlo, por favor.

La golondrina aceptó los deseos del príncipe y le llevó al muchacho el zafiro, quien se alegró muchísimo al verlo.
Al día siguiente la golondrina fue a despedirse del príncipe.

- Pero, amiga golondrina, ¿no te puedes quedar una sola noche más conmigo?
- Es invierno y pronto llegará la nieve, no puedo quedarme aquí. En Egipto el sol nos da calor. Lo siento, pero tengo que marcharme querido príncipe.
- Mira allí en la plaza, hay una joven vendedora de fósforos a la que se le han caído todas sus cerillas al suelo y ya no sirven. La pobre va descalza y está llorando. Necesito que cojas mi otro ojo y se lo lleves por favor.
- Pero príncipe, si hago eso te quedarás ciego.
- No importa, haz lo que te pido por favor.

Así que la golondrina cogió su otro ojo y lo dejó en la palma de la mano de la niña, que se marchó hacia su casa muy contenta dando saltos de alegría.

La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo que ya no se iría a Egipto porque ahora que estaba ciego, él la necesitaba a su lado.

- No golondrinita, debes ir a Egipto.
- ¡No! Me quedaré contigo para siempre- contestó la golondrina y se quedó dormida junto a él. 

El príncipe le pidió a la golondrina que le contara todo lo que veía en la ciudad, toda miseria, y ésta le contó que había visto a varios niños intentando calentarse bajo un puente pasando hambre.

El príncipe le pidió entonces a la golondrina que arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara a los más pobres. La golondrina hizo caso, los niños rieron felices cuando tuvieron en sus manos las hojas de oro. 

Poco a poco, según la golondrina iba arrancando hojas de oro para remediar los males que veía, el Príncipe Feliz fue quedando opaco y gris.

Llegó el frío invierno y la pobre golondrina, aunque intentaba sobrevivir para no dejar solo al Príncipe, estaba muy débil y sabía que no viviría mucho más tiempo. Al fin, la golondrina murió a sus pies.

Al día siguiente el alcalde y los concejales pasaron junto a la estatua y la observaron con asombro.

- ¡Qué oxidado está el Príncipe Feliz! ¡Más que embellecer la ciudad, la desdice! ¡Si hasta tiene un pájaro muerto a sus pies! - dijo el alcalde.

De modo que quitaron la estatua y decidieron fundirla para hacer una estatua del alcalde.
Estando en la fundición alguien reparó en que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse. Por lo que cogieron y lo tiraron al basurero, pero allí tuvo la fortuna de encontrarse con la golondrina muerta.
Dios le dijo a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más preciosas que encontrara en esa ciudad y curiosamente el ángel optó por el corazón de plomo y la golondrina.








jueves, 12 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: SUECIA. La alegría de compartir.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Suecia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

HOJA SUECIA


NILS  KARLSON , EL DUENDECITO.  Adaptación.

Bertil miraba por la ventana, sus padres aún tardarían en volver de la fábrica. ¡Qué triste era estar sólo todo el día! Antes estaba con  Marta, su hermanita, pero un día vino enferma del colegio. Estuvo en cama una semana y al final se murió. ¡Pobre Bertil, lloraba cuando se acordaba de ella!

Bertil no sabía ya a qué jugar, ni tenía ganas de mirar los dibujos de los cuentos que tenía;  leer aún no sabía, tenía 6 años.  Como no sabía que hacer se fue a su habitación y se sentó en su cama. De pronto, oyó como unos pasitos debajo de ella. Se asomó ¡no podía creerlo! ¡allí, bajo su cama, había un niño, como todos, pero del tamaño de un pulgar!

-¡Hola!- dijo el duendecito.
Se quedaron mirando en silencio largo rato. Por fin, volvió a hablar el niño pequeñito:

-Me llamo Nils Karlson ¿y tú?

-Yo me llamo Bertil. Oye ¿qué haces bajo mi cama?

-Es que me he trasladado hace poco a vivir aquí ¿ves ese agujero?- y señaló un agujerito en el rincón bajo la cama - pues vivo ahí. Se lo he alquilado a un ratón que se ha ido a vivir con su hermano, en Malmö. Es difícil encontrar apartamentos últimamente. No está mal del todo; aunque no tiene muebles, tiene al menos una estufa. Lo malo es que no tengo leña y me estoy helando.

- Aquí también hace frío. Mis padres dejan encendida  la chimenea cuando se van a la fábrica por la mañana, pero por la tarde ya no queda nada de calor.

-Es verdad, hace frio ¿Quieres que te enseñe mi casa?

-¡Qué gracioso! ¿Es que te crees que yo quepo por ese agujerito?

-Eso se soluciona rápido, sólo tienes que tocar el clavito que está  junto a la entrada de mi casa y decir “Killevipen”.

-Ya, y … ¿me quedaré pequeñito para siempre?

-No, sólo tienes que volver a tocar el clavo y volver a decir la palabra “Killevipen”.

Bertil se tiró al suelo y se escurrió bajo la cama, no tenía nada que perder. Tocó el clavo y dijo la palabra “killevipen”. Al instante se convirtió en un niño del tamaño de Nils. ¡Qué emocionante!

Empezaron a bajar por unas escaleritas que había tras el agujero, hasta llegar a una habitación. Ciertamente estaba desolada, a pesar de tener  una estufa de leña en ella.

-Pues sí que hace frío- dijo Bertil- ¡anda! Se me ocurre una idea… mi madre tiene muchas cerillas gastadas en una cajita ¡pueden servirnos de leña para esta estufa!

Bertil corrió escaleras arriba, tocó el clavo, dijo Killevipen y volvió  a su tamaño normal. Fue a la cocina, partió los palitos de cerilla y los apiló al lado de la entrada de la casa de Nils. Entonces volvió a decir la palabra mágica y se redujo de tamaño. Llamó a Nils y ambos bajaron la leña, que ahora pesaba bastante.

-Encenderemos la estufa- dijo Nils- es muy buena madera.

Al rato empezó a notarse un agradable calor por toda la estancia.

-¡Qué maravilla! Esta noche si que voy a dormir bien; anoche tenía tanto frío en el suelo que me tenía que levantar cada hora para correr un poquito y entrar en calor.

Entonces Bertil tuvo una nueva idea.

-Espera un momento- dijo Bertil mientras corría de nuevo escaleras arriba. 

Tardó un rato y se oyó decir:
-¡Nils, sube a ayudarme! Pero cierra los ojos cuando llegues arriba…

Nils subió ¿qué sorpresa era aquella? Cerró los ojos y...

-¡Abrelos ya!- ordenó Bertil.

Ante Nils había una pequeña camita, rellena de algodón y cubierta con un trozo de tela de franela.
-¡Oh, qué maravilla! ¿De dónde la has sacado?- preguntó Nils con los ojos muy abiertos.
-Es una camita de la casa de muñecas de mi hermana Marta. Ella ya no lo usa, seguro que le gustará que la uses tú.

Entre los dos bajaron la camita abajo. Nils estaba encantado.
-Sólo de verla me ha entrado sueño ¿puedo acostarme?
-Claro, además mis padres están a punto de venir y yo también tengo que irme.
Nils se acostó rápidamente.
-Estoy maravillosamente. Muchas gracias.
-Que duermas bien, buenas noches Nils.
-Buenas noches.
Nils se durmió al instante y Bertil subió rápidamente.

Pronto llegaron sus padres y se alegraron de verle tan contento y de que comía con tanto apetito. ¡Sufrían tanto de tener que dejarlo sólo!
Al día siguiente, cuando sus padres volvieron a irse a la fábrica, Bertil ya no quedaba triste. Ahora tenía un amigo,  y además tenía muchas ganas de jugar con él.
Preparó unas cuantas cosas y las amontonó junto a la entrada de la casa de Nils.
-¡¡Nils!! – gritó Bertil
-¡Voy! – contestó Nils desde abajo.
Subió y de nuevo se llevó una sorpresa. Bertil había traido muchos más muebles de la casita de muñecas de Marta. Entre los dos las bajaron. Parecían dos mozos de mudanzas. Sube y baja, sube y baja.

Al final la habitación quedó muy elegante y acogedora. Primero habían puesto una alfombra que cubría gran parte de la habitación. Luego un mueble rinconero, una mesa, unos taburetes, unas butacas… Nils estaba maravillado y muy contento, pero quizás aún lo estaba más Bertil, pues había podido darle esa sorpresa a su nuevo amigo.

Pasaron el día juntos, disfrutando de la compañía que uno al otro se daban. Qué felices se sentían de ser amigos y qué triste era el estar sólos. Ciertamente las personas necesitan de los demás para ser felices.

  Al final de la tarde, Bertil le propuso a Nils que se metiera en el bolsillo de su camisa cuando tuviera que salir afuera a recibir a sus padres.
-¡Hola , hijo! ¿Cómo te ha ido el día hoy? – le dijo su madre al regresar  por la noche.
-Muy bien- dijo sonriendo. Y metiendo un dedo en el bolsillo de la camisa, acarició la cabecita de su amigo.


sábado, 7 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: HOLANDA. Sufrir por un fin noble.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Holanda, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Holanda

EL PEQUEÑO HÉROE DE HOLANDA.

Quizás sepáis, que Holanda es llamada también Paises Bajos. La razón  es que el nivel del suelo de algunas zonas está más bajo que el nivel del mar.  Diréis ¡entonces el mar lo inundará! Sí, ciertamente esto sería así si no hubieran  construidos unos fuertes diques cuando empezaron a ver cómo el mar comía terreno a las tierras. Estos diques son unas grandes construcciones a modo de muro que retienen el agua del mar.

Nuestra historia  se sitúa por el siglo XVIII,  cuando para las construcciones  se contaba con poca maquinaria y mucha mano de obra.  Peter era un niño de unos ocho años y su padre trabajaba en el mantenimiento de los diques.  Los niños holandeses, hasta los pequeños, saben para qué son los diques y lo importante que es que estén en perfecto estado;  un agujero por el que penetre el agua puede producir una grieta, y ésta rápidamente  agrandarse  hasta resquebrajar el dique. Por eso Peter estaba orgulloso de su padre, pues su padre  no dejaba al mar que inundara Holanda. ¡Qué importante se sentía!

Un día, la madre de Peter sugirió al niño que fuera a visitar a un anciano ciego que vivía en el otro extremo del dique, y le llevara unas mermeladas y tortas que le había preparado. A Peter le agradaba hacer este encargo pues sabía que el  buen anciano agradecía mucho este detalle de cariño y atención. Así es que Peter cogió la cesta y salió de casa.

-          Vuelve antes del anochecer, Peter-  recordó la madre.
-          Descuida… Adiós mamá.

Peter empezó a caminar sobre el dique. Le encantaba la vista de la inmensidad del mar, el olor y la brisa marina, el  fragor del agua golpeando el dique. Se le antojaba pensar que el mar estaba furioso porque no le dejaban pasar… También le gustaba el graznido de las gaviotas. El paseo por el dique también era entretenido por que, por el día, había bastante devenir de personas,  especialmente pescadores.

Peter llegó a casa de su amigo ciego, y como siempre, le contó lo que había visto por el camino. Le puso al corriente de  las novedades del pueblo y  le entretuvo con las peripecias que  pasaba en el colegio.

Después de agradecer de nuevo la cesta y la compañía, el anciano le recordó que sus padres posiblemente desearían que llegara a casa antes del anochecer.  Peter se despidió y se puso en marcha.

Al cabo de un rato se entretuvo observando como un pescador intentaba sacar un pez, bastante grande, a juzgar por cómo se doblaba la caña. Estaba tan intrigado por ver la pieza capturada que no se dio cuenta de que pasaba el tiempo. Al fin, reaccionó. ¡Uy, empieza a caer la tarde!  Había que apresurarse.
Ya no se veía a nadie circular por el dique, aunque sí se veía gente pasear por los extremos. Cuando estaba a mitad de dique, oyó un ruido que le llamó la atención. Era como… ¡sí! ¡como el de un chorrito de agua!  ¿Era posible? Se asomó ¡¡Cierto!! Desde arriba pudo ver cerca del suelo un chorrito que salía con fuerza del dique. Peter bajó por las escalerillas que había de tanto en tanto  para bajar a inspeccionar el estado de los muros.  ¿Qué hacer? Él sabía lo peligroso que era aquello y que había que actuar con  rapidez antes de que el agua hiciera una grieta que destrozara el dique. Sin pensarlo dos veces metió su dedito en el agujero y el agua dejó de fluir. ¡Qué alivio sintió! Su dedo era capaz de parar el mar.  Entonces empezó a gritar:

              -¡Eh! ¿hay alguien ahí? ¡hay un agujero en el dique!

Esperó respuesta, pero nada… Volvió a intentarlo:
              -¡ayuda!¡ayuda!

Claro- pensó- ya no hay gente por el dique, no debía haberme entretenido…
Pensó entonces en su casa, sus padres y su hermanita. Entonces gritó:

             -¡mamá, mamá… estoy aquí!

Todo inútil, por más que gritó, nadie le escuchó.

Su madre salió al dique a esperarle, pero cuando anocheció, disgustada volvió a casa pensando que al final se había quedado a dormir en casa del anciano. ¡Vaya regañina le daría al día siguiente!

Mientras, Peter seguía llamando de vez en cuando hasta que comprendió que ya nadie pasaría a aquellas horas.

-¿Qué voy a hacer?- pensó desconsolado- No puedo irme de aquí, pues sino el mar inundará Holanda. Tengo que quedarme.

Pronto la oscuridad lo envolvió. Empezó a sentir mucho frío, la humedad era grande. Al principio aguantaba la postura, pero al cabo de media hora estaba cansado, entumecido, no sabía cómo ponerse. A ratos se arrodillaba y apoyaba la cabeza contra el muro; a ratos se levantaba y daba saltitos para entrar en calor.

-Dios mío, ayúdame, tengo que aguantar- y pensaba en sus padres y hermanita –Si supieran que los estoy salvando…  todos duermen tranquilos… si el pueblo supiera que están en peligro de morir ahogados…

Y así pasó la noche el pobre Peter, hasta que llegó la ansiada hora en que se empezó a vislumbrar una tenue claridad. A lo lejos escuchó un débil silbido, un pescador debía circular por allí para empezar su labor…

Peter empezó a gritar y el buen hombre quedó muy impresionado al ver allí a un niño tan pequeño, más aún cuando le refirió la historia. Pronto llamaron a los reparadores del dique, quienes arreglaron la grieta rápidamente. Llevaron al niño a su casa en brazos, estaba entumecido de frío y no podía ni caminar. ¡Qué alivio sintió al llegar a su hogar, el calor de la estufa y más  aún el calor de los brazos de su padre le devolvió  la vida!


Aquella misma tarde, una vez restablecido, una gran comitiva encabezada por el alcalde y una banda de música vino a por Peter.  Todos querían llevar en hombros al pequeño héroe de Holanda…

jueves, 29 de octubre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: FRANCIA. La prueba decisiva.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Francia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Francia

LA PRUEBA DECISIVA

En una  región de la antigua Galia, había un reino  al que constantemente asediaban los romanos. Vivían en una zona montañosa, por lo que a los invasores les resultaba bastante difícil acabar de conquistar  el castillo y las aldeas cercanas.  Pero esta vez, se propusieron  no parar hasta lograrlo. Pensaron rodear toda la ladera de la montaña de manera que no pudiera salir nadie de allí. Cuando llegara el largo invierno, tendrían que rendirse, pues no podrían abastecerse de ningún poblado  del valle. Sólo tendrían que esperar y esperar…  y la conquista sería cómoda  y fácil.

Cuando el rey  comprobó, desde su castillo, como se establecían distintos campamentos del enemigo por todo el derredor de la montaña, comprendió con suma tristeza cual era el propósito de su contrincante y el mal que acechaba a su gente: morir lentamente de hambre o rendirse al enemigo.  Nuestro rey empezó a reflexionar,  era vital encontrar  alguna solución. Al final, se le ocurrió una idea; en realidad, era la única posibilidad.  Tendría que escoger a cinco hombres de su tropa, no más, era imprescindible no ser vistos, que pudieran llegar a un reino amigo y pedir ayuda. Las tropas aliadas deberían rodear a su vez  toda la montaña, cercando al enemigo, quienes no podrían huir  ni hacia abajo, ni hacia arriba de la montaña, pues en el castillo estarían preparados para el ataque.

Estos cinco hombres habrían de salir al anochecer y, puesto que toda la falda de la montaña tenía una estrechísima vigilancia, sólo podrían dirigirse hacia arriba. Debían coronar la escarpada  cima y luego pasar al siguiente  pico, aún más alto y peligroso, cuya ladera descendía a otro valle. Allí estarían libres del enemigo.

Al día siguiente el rey convocó a sus soldados y explicó la situación en la que se hallaban y cuál era la estrategia  para poder salir victoriosos. Al pedir voluntarios para la misión, comprobó con satisfacción que todos se ofrecían.
Como la misión era sumamente dificil, no era suficiente la buena voluntad y la elección de los candidatos había de ser cuidadosa. ¿Cómo escoger a los mejores hombres?  Después de pensar  concienzudamente  les informó que en los días sucesivos realizaría unas pruebas.

Se hicieron pruebas de resistencia, de fortaleza, de habilidad… todos los días el rey les daba después bien de comer. A decir verdad, la gente de esta región estaban acostumbrados a comer bien y en abundancia, pues era una zona fértil en verduras, hortalizas y frutales y en cuanto a ganadería, reses numerosas.

Cada día el rey observaba detenidamente a sus vasallos, en realidad, “buscaba” algo. Pronto se empezaron a observar diferencias en cuanto a la fortaleza física y habilidad. Los había muy ágiles, lo cual era preciso para poder subir aquellas empinadas cumbres. Pero también habían de ser fuertes para soportar tantos días de duro esfuerzo.

El rey, aunque acostumbraba a ofrecer buena y abundante comida, en los días sucesivos empezó a disminuir la calidad de ésta. Al principio,  los soldados no dijeron nada, aunque bien que lo pensaron, pero al ver que el hecho iba en aumento cada día que pasaba, empezaron a murmurar.

-¡Vaya! ¿qué mosca le ha picado al rey? ¿cómo piensa que vamos a poder estar en forma con esta comida?
-Sí, que extraño… siempre nos ha dado muy bien de comer… Pues yo ya me estoy cansando, y encima dice que va a seguir haciendo más pruebas… a este ritmo…
-Pues yo creo que voy a desistir como siga dándonos de comer así. ¿Habéis visto que el conejo estaba casi crudo y escasísimo de sal? ¡y por supuesto ya no nos pone aquella salsa de piñones que era mi delicia!

El día en el que ya no  se sirvió vino, los soldados empezaron a molestarse grandemente.
Uno de los soldados más ágiles y fuertes, del cual  todos estaba convencidos  que sería uno de los seleccionados, no pudo aguantar más:
-¡Esto es intolerable! ¡tengo un humor de perros! ¡hace más de diez años que no me falta en la comida un trago de vino! ¡y ahora que nos estamos esforzando como nunca para estas duras pruebas, no se nos paga ni con una comida digna y en condiciones…!
-Opino como tú, este rey se ha vuelto avaro; mendrugos duros de pan, agua, verduras poco cocidas e insípidas… ¿quién puede aguantar esto?

Por fin el Rey avisó de que las pruebas habían concluido y de que al día siguiente  serían anunciados los nombres de los cinco caballeros seleccionados.

Lo que los soldados no sabían era que el Rey, después de dar la orden de que se sirviera la comida, oculto en un rincón de la sala, había estado escuchado con atención la reacción de cada soldado.

El rey sabía que esta misión, entrañaba muchas dificultades, y la mayor de ellas no era la dificultad de la escalada, sino la escasez de comida que  iban a sufrir. Durante cinco días apenas encontrarían más que algunas hierbas comestibles y algo de agua. Esto y el  pan que pudieran llevarse en sus zurrones, consistiría todo su alimento.  Después de  alcanzar y bajar la cima por la otra vertiente, encontrarían algún pequeño animal que podrían comer, pero no podrían usar fuego para asarlo, pues el humo podría delatarlos. Era pues imprescindible encontrar hombres con la “fortaleza” suficiente para soportar esto.

Por supuesto no le valían todos aquellos que no sabían sufrir “faltas” en la comida, los que añoraban alimentos sabrosos,  salsas con piñones y los que no podían pasar sin un vasito de vino…
Al día siguiente el  rey nombró los cinco caballeros más fuertes del reino, los capacitados para la gran misión.


Y así fue como quedaron humillados y en el olvido los que se tenían por hombres fornidos y por el contrario, ensalzados e inmortalizados los que con su fortaleza de carácter consiguieron la victoria para su pueblo.

jueves, 28 de mayo de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: BÉLGICA. Honestidad.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Bélgica, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Bélgica


LAS TRES HACHAS.

Hace muchos años vivía en un pueblo de montaña un leñador. Cada mañana cogía su vieja hacha y se dirigía al lago, donde crecían frondosos y abundantes árboles y allí empezaba su dura labor.  Si tenía suerte, podía recoger ramas o pequeños troncos que el río arrastraba y acumulaba en algunos remansos, y si no tenía que cortar con su ruda hacha ramas o troncos de árboles viejos. Luego los subía a una pequeña carreta que tenía y los llevaba al pueblo para venderlos. Esta tarea le daba escasamente para mantener a su familia.

El pobre leñador suspiraba por comprarse un hacha nueva, más fuerte y afilada, pues con la que ahora tenía, tan basta y gastada avanzaba bien poco recogiendo leña. Sin embargo esto era algo, de momento, impensable pues aquel año había sido de poca cosecha y los precios andaban  más altos de lo normal ¡como para gastarlo en hachas cuando las bocas de sus hijos pedían pan!

Una mañana, como de costumbre, se dirigió  al lago. La belleza del paisaje, el ruido del agua correteando por el arroyo siempre le alegraba y animaba. ¡Desde luego que tranquilidad y paz se respiraba! Pero la preocupación y el apremio por llevar algo a casa le hacían volver a la realidad.  Aquel día observó que un gran número de troncos se habían acumulado en el remanso. Quizás había habido tormenta en la montaña, ocurría de vez en cuando;  los rayos  y el fuerte viento partían  ramas y troncos, que después eran arrastrados.  Nuestro amigo bien se alegró de que la naturaleza le ofreciera generosamente todo aquello, que además de abundante, venía sin esfuerzo.

Se puso el hacha en el cinturón y se acercó  al borde del lago. Empezó a recoger leña en su carreta. Dio un salto para posicionarse en una gran piedra que estaba cerca de la orilla y  al hacerlo se le cayó el hacha al lago. ¡Qué disgusto, su hacha…! Cogió una rama para sondear el fondo, pero cual fue su sorpresa al comprobar que la larga rama no encontraba tope. No sabía que  esa zona del lago fuera tan profunda.  Se quedó pensando, no sabía qué hacer; él no sabía nadar, sería una temeridad meterse, más aún cuando no había seguridad de cuán profundo era el lago en ese lugar. Tampoco se resignaba a no intentarlo. Al fin, pensando que su familia dependía del trabajo  de ese hacha, pensó en zambullirse, aunque el sólo pensamiento le llenaba de profundo temor.
Fue justo entonces cuando del fondo del lago emergió una bellísima joven, el hada del lago. Había sentido lástima del leñador y quería ayudarle.

-   ¿Cuál es la causa de tu pesar, buen hombre?
-  Oh, querida hada, justo ahora se me ha caído el hacha al fondo del lago.
-   No te preocupes, iré a buscarla yo misma.

Diciendo esto el hada se sumergió en las aguas. Al cabo de un rato, apareció de nuevo. Llevaba un hacha de oro.

-  Toma tu hacha, la encontré en seguida.
-  ¡Vaya maravilla de hacha! Nunca había visto una igual, pero… no, no, no es ésa mi hacha.

Entonces el hada se sumergió de nuevo, desapareciendo bajo el agua.  En unos instantes volvió a la superficie llevando consigo un hacha de plata.

- Te traigo esta otra hacha que encontré.
- ¡Madre mía, que hermosura, pero de nuevo mi hacha no es ésa!

Nuevamente se hundió el hada en el agua y en un momento volvió trayendo un hacha de hierro, fuerte y brillante.

        -Querida hada tampoco es ésa mi hacha, la mía es una vieja y ruda, que apenas sirve para cortar troncos.
El hada sonrió y le dijo: Ya lo sé, la tuya es ésta.  Y metiendo la mano en el agua sacó sin ninguna dificultad su vieja hacha.

         -Sí, sí… ésa es mi hacha, cuánto os agradezco que hayáis podido recuperármela.

Entonces, para su sorpresa, el hada dijo:
        - Veo que eres sincero y  has dicho siempre la verdad. Me has tratado con dignidad y respeto.  No está bien engañar a los demás y buscar ganancia a costa de mentir. Has sido valiente. Por haber obrado así te regalo las tres hachas, la de oro, la de plata y la de hierro.

Y tras entregar las hachas al leñador, desapareció en el lago.
Imaginaros la alegría del leñador y su familia cuando éste les contó lo sucedido.
Como la suerte del leñador cambió su vida, un vecino indiscreto quiso saber la causa del repentino bienestar del leñador y su familia. Cuando el leñador le explicó que el hada del lago había sacado del agua un hacha de oro, otra de plata y otra de hierro,  quedó tan cegado por la envidia y el deseo de riquezas  que no prestó más atención al resto del relato, marchándose a toda prisa.

Al día siguiente, el vecino madrugó deseoso de llegar al lago, ansioso de echar su hacha al río para ver si corría la misma suerte que su vecino leñador.
Nada más llegar echó el hacha directamente al agua  y se puso a gemir fuertemente esperando impaciente la aparición del hada.

 -¿Qué te ocurre, buen hombre, que tan desconsolado estás?
-Se me ha caído el hacha al agua, cógemela rápidamente…

El hada se sumergió disimulando su desagrado por los modales de aquel hombre, al rato apareció con el hacha de oro.

-¡Ay, sí, ésa es la mía, dámela por favor!- dijo rápidamente el hombre estirando el brazo.

Pero el hada le contestó:
-      Tengo que decirte que este hacha es mía, por tanto no te la daré. Has querido engañarme, no me has tratado bien pues me trataste con falsedad así es que no  mereces mi ayuda. Además, como has tirado tu hacha al río voluntariamente, señal es  de que no la necesitas. Quede por siempre en el fondo del lago.


Así aprendió la lección aquel hombre mentiroso y avaro.