martes, 7 de diciembre de 2010

NAVIDAD: TIEMPO DE AUMENTAR NUESTRA CALIDAD HUMANA

Queridos padres, llegan estas bellas fechas Navideñas. Bellas… si las queremos hacer bellas, porque ya sabemos que el consumismo y sus grandes “templos comerciales” parecen hipnotizar y apoderarse de todas nuestras inquietudes y aspiraciones.

Podemos intentar remontarnos sobre todo este barullo y ver el paisaje desde más arriba. Parece que este tiempo nos evoca sentimientos más humanos. Igual que es bueno tomar la fruta de temporada, hemos de tomar y sacar partido de todo lo positivo que trae cada tiempo para educarnos y educar a nuestros hijos. ¿Qué tal si al final de año hacemos balance de cómo fue nuestra calidad humana y cogemos ánimo para trabajarlo de nuevo con ilusión? Seguro que todos estamos de acuerdo en que una persona vale más por su “ser” que por su “tener”. Por ello, puede ser interesante pararnos a pensar en cómo podríamos aumentar nuestra calidad del ser. ¿De qué nos sirve tener prestigio, inteligencia, riqueza y belleza si como personas no somos nada?

Podríamos, por ejemplo, trabajar la empatía; decirnos:” voy a ver si escucho con más atención lo que me dice el otro, ponerme en su lugar, intentar comprender lo que siente… no despreciar sus comentarios, sino, al contrario, tenerlos muy en cuenta”

También podría ser abajarme a mi hijo, buscar el tiempo para jugar con él con más calma, como si no tuviera nada más que hacer…Estos ratos unen mucho. Probadlo. Además ganamos tiempo, porque esa sintonía padres-hijos hace que luego estén más suaves y receptivos a lo que les propongamos para su educación. Un gran pedagogo decía: “si queremos que los niños entren en nuestro mundo (la educación), hemos de saber estar primero nosotros en el suyo (el juego)”.

Otra posibilidad es rebajar nuestros humos (los humos son siempre contaminantes. No hay nada como respirar aire puro, a pleno pulmón). ¿Qué tal si olvido aquellas palabras que me hirieron y producen tanta distancia con aquella persona que me las dijo? (incluso entre nosotros, padre y madre). Abramos la ventana y ventilemos. Esos “archivos” no hacen más que daño al ánimo y no producen bienestar a nadie. Tengamos un gran corazón, aprendamos a olvidar y disculpar, que es uno de los pilares de la convivencia. Todos, incluidos nosotros, tenemos fallos; tan natural como la vida misma. Démonos un margen, seamos comprensivos, seamos valientes y demostremos nuestra talla acercándonos al otro y reconociendo nuestra parte de culpa y error. Esto derrumba todos los muros y divisiones entre las personas y produce una unión mayor incluso que la anterior al incidente.

En los niños y adultos esta sensibilidad también requiere trabajo, no penséis que crece sola. Al contrario, inicialmente los niños nacen con ella, pero si no se educa, llega a adormecerse o incluso perderse. Podríamos compararlo con la pérdida de sensibilidad en las manos, cuando se van encalleciendo con el paso de los años, de los trabajos duros… y no se cuidan.

De este modo, hemos de cuidar estos detalles que nos hacen más sensibles, más humanos.

Regalemos esto por Navidad. Regalémonos.

CUENTO DE NAVIDAD:

Roberto y Carlos eran dos hermanos que, como muchos niños, tenían sus peleas y riñas de vez en cuando. A pesar de todo, se llevaban bastante bien, pues cuando estaban en casa se buscaban y solían jugar mucho juntos.

Roberto era el mayor, tenía 9 años; era activo pero también sabía estarse quieto y echar bastante tiempo a pintar, cosa que se le daba bien y por eso le gustaba mucho. Carlos tenía 6 y era bastante movido, le gustaban mucho los deportes y jugar al aire libre.

Cuando llegó la Navidad y la hora de escribir la carta a los Reyes Magos, Roberto lo tenía muy claro: un coche teledirigido y unos colores. Quería una caja concreta de colores que había visto, que tenía un montón de tonos. Carlos prefirió un balón de fútbol y como no sabía que otra cosa, quizás por imitación más que por gusto, también pidió colores, pero sin especificar mucho cuales, pues total ni cayó en la cuenta, ya que no le iba mucho en ello.

Llegó la noche esperada y con gran emoción cada uno encontró sus regalos bajo el árbol de Navidad. Se pusieron los dos muy contentos, pero cuando Carlos vio que su estuche de colores era bastante más pequeño que el de Roberto empezó a protestar. No es que le importaran mucho los colores, pero no le hacía gracia que el otro tuviera más que él. Así somos. En fin, después de un rato de quejas, pusieron los colores nuevos en unos botes que tenían para lápices (cada uno en su habitación), se pusieron a jugar con el coche y el balón y olvidaron el incidente.

Al día siguiente, fueron al parque con sus juguetes tan contentos. No llevaban mucho rato cuando, sin querer, Carlos chutó su balón y le dio al coche de Roberto de pleno. Imaginaros cómo saltó Roberto. Gritó e insultó a su hermano e hizo ademán de salir corriendo tras de él, quien huyó a buscar refugio en sus padres. Después de un buen rato de tensión la cosa se calmó, sobre todo porque se pudo comprobar que el coche funcionaba perfectamente, sólo que se había abollado el chasis y se había quedado sin puerta. Con todo, ¡qué disgusto, con lo nuevecito que estaba!

Por la tarde, cuando los ánimos estaban totalmente serenos, papá habló a Roberto y mamá a Carlos sobre lo ocurrido por la mañana:

-Roberto, hijo. ¿Cómo crees que te has portado esta mañana?

-Mal- dijo secamente Roberto.

-Yo comprendo el disgusto que has tenido… ¡También ha sido mala suerte, caramba! Pero has de comprender que en la vida hay muchos accidentes. Carlos lo ha hecho sin querer y él mismo tiene mucha pena de habértelo estropeado. Yo creo que el pobre no va a dormir tranquilo pensando en el disgusto que te ha dado y por cómo lo has tratado. ¿Qué tal si le pides disculpas de tu reacción tan agresiva?

Por otro lado, mamá dialogaba con Carlos:

- Oye Carlos, ya sé que ha sido sin querer lo del balonazo de esta mañana, y aunque no ha estado bien la reacción de Roberto, comprende que le ha afectado mucho que se le estropee el regalo de Reyes, recién estrenado… Piensa qué sentirías tú si te hubiera pasado a ti. ¿Y si le pides perdón? De paso, todos aprendemos que conviene tener cuidado y mirar cuando vamos a tirar un balón.

Antes de ir a la cama, ya se habían disculpado, cada uno de su parte y jugaron la mar de bien. Por fin, se acostaron.

Al cabo de un rato, Roberto no podía dormirse. Recordaba la cara de angustia de su hermano cuando vio el coche roto y de cuando chilló a su hermano Carlos. Ahora le daba pena; la verdad es que se había pasado gritando, ¡pobre Carlos, vaya susto había pasado! Roberto pensó que si le hubiera pasado a él, también se hubiera quedado bloqueado y atemorizado, porque ¿cómo se arregla algo así? Después de todo, mala suerte la puede tener cualquiera; al pensar esto se sintió hondamente arrepentido de su reacción y deseó poder aliviar a su hermano. Entonces, se le ocurrió una idea: ¡ya sé, le regalaré unos cuantos colores de los nuevos; total, yo tengo muchos y él se alegrará!

Dicho y hecho, Roberto se levantó, cogió a oscuras un puñado de colores del bote y en silencio se pasó a la habitación de su hermano y se los colocó con cuidado en su bote. Entonces volvió a su cama y se durmió muy contento de su decisión.

Mientras, Carlos dormía un tanto incómodo, de hecho se despertó sobresaltado con una pesadilla. Soñaba que, después de su balonazo, el coche de Roberto fue atropellado por un coche y quedó hecho polvo. Roberto quedaba paralizado viendo su coche en el suelo mientras silenciosas lágrimas se deslizaban sobre sus mejillas.

¡Pobre Roberto! -pensó Carlos impresionado. – Menos mal que todo ha sido un sueño, con todo… se ha quedado tan chafado… Ya podía yo haber tenido más cuidado, de hecho algo me decía que no tirara en aquella dirección. ¡Anda! se me ocurre una idea, ya que le he estropeado el coche, podría compensarle de alguna manera… ¡Voy a darle un puñado de mis colores, a él le encantan!

Entonces, se levantó, cogió un puñado de colores, fue sigilosamente a la habitación de Roberto y los depositó en el bote de colores de su hermano. Volvió a su cama y ¡ahora sí que durmió a gusto!

A la mañana siguiente, Carlos deseaba ver la cara de sorpresa de Roberto cuando viera tantos lápices en su bote. Por eso propuso que podían pintar juntos para estrenar los colores. Roberto, que tenía el mismo deseo, encontró estupenda la propuesta.

- ¡Anda!- pensó Carlos para sus adentros- si me quedan casi los mismos colores que antes. Pues vaya, Roberto no va a notar diferencia… esta noche tendré que pasarle alguno más.

-Vaya – pensó Roberto para sí, también- pensaba que ayer había dado a Carlos bastantes colores, pero veo que no, apenas noto diferencia. No sabía que tenía tantos, creo que esta noche puedo darle sin miedo otro buen puñado, que aún tengo muchos.

Y con este secreto tuvieron que esperar pacientemente que llegara la noche, sintiéndose inclinados a favorecer al otro a lo largo del día ya que sentían lo poco exitosos que habían estado con el anterior intento.

Por fin, se acostaron. Al cabo de un rato Roberto se levantó y cogió un generoso puñado de colores para su hermano. Salió al pasillo y… allí se chocó con Carlos que venía con otro manojo abundante de colores. Al principio se quedaron perplejos, pero pronto se dieron cuenta de lo que estaba pasando y se conmovieron al ver los buenos sentimientos que el otro también tenía para con él. Desde entonces se puede decir que son hermanos que se quieren con toda el alma.