“Lo siento, no
puedo, yo soy así…”
Esta es una de las razones que nos buscamos para
vivir tranquilos, justificados… No es
que lo hagamos con mala intención, pero si nos descuidamos podemos llegar a
creérnoslo. Y esto sí que es una lástima, porque hay una tremenda diferencia de
vivir libre a vivir esclavo de una limitación.
¿Cómo desarrollar la fuerza de voluntad?
Vamos a mantener un símil con la fortaleza física. Si uno
se inicia en un gimnasio, no se propone
levantar una pesa de 50 kg. el primer día. Se empieza por poco peso, a veces
tan poco, que parece una tontería y que podrías empezar directamente por algo
más; pero es conveniente que sea así, pues el objetivo no es cansar, sino ir preparando y fortaleciendo los músculos
poco a poco, con ejercicios suaves y repetitivos. Después se pasa a trabajar
otro músculo, luego otro, y así un día, otro día… al final acaba uno hecho un
“musculitos”.
La fortaleza de la voluntad pasa por un proceso similar. Hay
que empezar por un pequeño propósito, asequible. Cada día. Empezar por poco e
ir aumentando paulatinamente. No será difícil
el encontrar alguna debilidad o aspecto a mejorar en nuestra vida;
tenemos una amplia y surtida variedad. A
unos les cuesta levantarse cuando suena el despertador; a otros les tira
“picar” o comer dulces o chocolate cuando les da la ansiedad; otros quieren
dejar de fumar; otros quisieran realizar una actividad conveniente y nunca son capaces de sacarse tiempo;
otros querrían saber cortar la lectura de un libro y otros no engancharse en el
ordenador…
Lo primero que tenemos que hacer es convencernos de la importancia
de nuestro propósito. Si dudamos no
trabajaremos con decisión. Cuando un conductor va a un lugar determinado y duda del camino, para y titubea en cada
bifurcación. El que está seguro va con
resolución y hasta con velocidad.
Después de trabajar la voluntad en nosotros, seremos más
eficaces en educar la voluntad en nuestros hijos.
Por si nos ayuda a convencernos, veamos unas pequeñas
pruebas, aunque muy evidentes, de a dónde nos lleva el tener una voluntad
flojísima. Se trata de ciertos problemas de salud debidos a la mala
alimentación:
Una pareja aceptaba con naturalidad (aunque con mucha
pena) que su hijo de 10 años tuviera problemas muy serios de estreñimiento
porque no le gustaba la verdura ni la fruta, y por el contrario, los dulces y
el chocolate desaparecían del armario todos los días. Es muy triste ver a un
niño en este estado, pero más triste, mucho más, es que hagamos a un niño débil e incapaz
de por vida.
También se oye hablar de ciertos niños obesos, que, no
tanto por razones genéticas u hormonales, sino por sentirse tristes (muchas
veces hijos de familias separadas o con problemas) visitan la nevera sin
control (no hay quien vele por ellos)
buscando consolar su ansiedad o
soledad… (no con un plato de lentejas obviamente), sino con algo apetecible
cargado de azúcares y grasas. Repetimos, es muy triste la salud de un niño,
pero más tristísima es la incapacidad de toda una persona; es una vida
truncada, con multitud de capacidades que quedarán por desarrollar y por ello
de momentos felices que quedarán por vivir.
Cuando nuestros padres nos hacían comer de todo, no
sabíamos la suerte que teníamos. Una consecuencia, quizás menos importante es que
hemos conseguido un cuerpo sano y ágil; pero
sin duda, lo más importante es que uno ha desarrollado una voluntad robusta que
le permite aceptar con naturalidad y agilidad lo que no le gusta y renunciar
(con penilla pero sin depresiones) al exceso de lo que no es tan saludable.
Esto aplicado a todos los campos, nos hace ser capaces de
ir por la vida disfrutando en su justa medida de las cosas y sabiendo superar
las pequeñas frustraciones que la vida ordinaria trae.
Concluyendo, podríamos decir que la voluntad es el arma que nos hace capaces de llegar a nuestro máximo, por tanto a nuestra realización.
Como vemos, la actuación de los padres es decisiva.
¿Cómo podemos ayudar a que nuestros hijos tengan voluntad?
Se nos ocurren dos pequeñas pautas:
1.- Un estilo de no preguntarles tanto.
Esto que parece una tontería, tiene unas consecuencias
más que considerables. Aquí corremos el riesgo de caer todos.
-¿qué
quieres para merendar?
-¿quieres
que te apuntemos a inglés?
-¿te
apetece el sábado ir a la ludoteca?
-¿nos
vamos ya para casa?...
Estas preguntas transmiten el mensaje implícito de: “las
cosas se hacen si tú quieres, todo es relativo” en lugar de un: “las cosas
convenientes se hacen y estamos tan seguros de ello que no nos las
cuestionamos”.
Decidnos: ¿qué niño escoge estudiar, comer verdura, ponerse
una vacuna, recoger juguetes y limpiar su cuarto? Todos sabemos que un niño escoge siempre lo
que más le gusta, lo que cuesta menos, lo más divertido…, esto es lo propio de
un niño, ya que la inmadurez es parte de su esencia.
Cuando uno se va haciendo mayor, va “madurando”, esto
quiere decir que su capacidad de razonar aumenta y empieza a comprender que hay
que hacer las cosas no tanto porque gusten o no, sino porque son convenientes
para nosotros, y a la larga la vida nos irá mejor. A base de hacer esta
elección, a base de hacer lo más conveniente, la voluntad se robustece y la razón
comprende y se convence al comprobar las consecuencias. De este modo se acaba
superando o no teniendo en cuenta tanto las ganas o el gusto, llegando incluso
a gustar aquello que inicialmente nos echaba para atrás.
Por tanto, hemos de intentar que los niños “hagan” la
opción adecuada, con la mayor frecuencia posible, para ayudarles a comprender,
para que lleguen a superar la dificultad inicial. Esto es beneficioso para
ellos. Con esta actitud los padres son para los hijos como los postes de sujeción
que son colocados a los tallos débiles y flexibles de los árboles jóvenes, a
fin de que el tronco se endurezca en la posición correcta.
Si un niño se “robustece” o acostumbra a la mala actitud, será muy difícil
enderezarlo después. Además, si dejamos la decisión en sus manos, lo más
probable es que los hagamos inseguros y caprichosos. ¿Por qué? Porque la
mayoría de las veces ellos solos no se atreverán a dar el paso por la opción difícil
(aunque con su pequeña razón ya alcancen a ver que sería mejor de otra
manera) y así dan cabida a una lucha interior “si, no, si, no…” donde
acaban claudicando y demostrándose a sí mismos que no pueden. Si las preguntas
son frecuentes y deciden lo que les apetece, como la repetición de actos genera
hábitos, se generará en ellos el penoso hábito de lanzarse a la opción fácil.
Necesitan nuestro “empujón”, lo necesitan, aunque sea en
forma de obligación. Para eso somos los padres, para suplir con nuestra madurez
su inmadurez, para que cuando “vuelen del nido” sean personas formadas,
seguras, que no les venza la primera dificultad. Pero ¿qué sería de ellos si
nosotros actuamos como inmaduros?
Así os proponemos un nuevo estilo. Por ejemplo, volviendo
a las cuatro preguntas puestas del ejemplo anterior, podríamos decir lo mismo
en estos términos:
-
“Huuum, jamón para merendar…¡qué rico!”
-
Como el inglés es tan importante hoy en día, nos ha
parecido que te irá fenomenal apuntarte a una academia. Ya verás como
adelantas…
-
El sábado vamos a ir a la ludoteca, pues como no tienes
fútbol es una oportunidad genial…
-
Bueno, chicos, es la hora de irnos a casa ¡vamos!
Esta postura enseña al niño que las cosas se hacen porque
hay una razón y por ello ni se pregunta a las ganas ¿qué conseguimos
preguntándole a las ganas? Las ganas suelen ser malas consejeras.
Esta postura transmite también la seguridad que antes
comentábamos: las cosas que hay que hacer se hacen. Y con este empujoncito, las
realizan y pueden comprobar que son capaces y hasta más felices.
2.- Ante una propuesta que hagamos los padres, no
echarnos atrás por sus caras, quejas o protestas.
Sabemos muy bien que aprenderían a montar nuevos teatros
si ven que así consiguen lo que quieren.
Esto supone que los padres debemos pensar bien lo que les
vamos a pedir, ya que luego debemos procurar mantenernos en lo dicho. Esto no
se contrapone con escuchar las objeciones que los hijos nos pongan, tenerlas en
cuenta y decidir razonablemente en base a ellas. Si un cambio es razonable, les
enseñamos también que nosotros estamos dispuestos al diálogo y a aceptar otras
posibles soluciones. Pero si decidimos
no cambiar nuestra forma de pensar…pues ¡a actuar con decisión, alegría y buen
humor en medio de una tormenta de quejas y malas caras! ¡No pasa nada!
Va muy bien
pararnos a pensar de vez en cuando en estas cosas, para que no pierda
importancia aquello que realmente lo tiene. Después de querer de verdad, hemos
de tener:
-Estrategia
-Ayuda
-Paciencia
Estrategia: Os contaremos un caso real. Una mujer reconocía tener
muy mal temperamento. Solía estar siempre de mal humor y tenía la costumbre de expresar prácticamente
todo de manera desagradable. Ella era la primera a la que le gustaría cambiar,
ser más amable, pero después de intentarlo una temporada, concluyó: “Lo siento,
no puedo. Con genio he nacido y con genio moriré”.
Le propusieron hacer lo siguiente: “Mira, si todo el día
no puedes, intenta empezar por una hora”.
Estupendo. Se propuso no enfadarse de 2:00 a 3:00 del
mediodía. Tenía una hija adolescente y una más pequeña de 5 años. Un día, la
mayor, a la vuelta del instituto, entró en casa casi sin saludar. La madre le
pidió algo de ayuda porque andaba algo retrasada en la comida, pero la hija
dijo que imposible, que tenía mucho que estudiar y… se metió en su habitación. A la madre le
sentó mal y casi iba a saltar protestando cuando se acordó que de 2:00 a 3:00
no podía enfadarse. Mordiéndose la lengua se fue a la cocina y allí, mientras
guisaba aún se notaba encendida: “¡Cuando lleguen las tres vaya si le voy a
explicar que es una egoísta y que no es capaz de ayudar ni un poquito siquiera
cuando una está apurada…!
A pesar de todo, y con mal humor, se repetía a sí misma:
“pero ahora no, no… hasta las tres nada”.
Lo mejor fue que sobre las 2:30 la chica apareció en la
cocina y le dijo a su madre: “Mamá, creo que te puedo ayudar; pensándolo bien
creo que me va a dar tiempo a todo”.
Estas palabras le sentaron como un bálsamo a la madre. Su
enfado se apagó y empezó a alegrarse de haber sido capaz de controlarse. Además
este episodio le hizo comprender cómo a veces sólo con esperar se arreglan las
cosas y que no “por las malas” se consigue siempre más, que el mal humor es
fuente de más problemas. Esto le animó en su propósito y desde luego, hoy por
hoy, después de varios años este hábito de lucha es ya parte de su vida y aún
con caídas, se siente feliz (ni qué decir los que conviven con ella).
Ayuda: Es realmente difícil que una persona sola pueda luchar y
mantenerse siempre con ánimo. El hombre no es un ser para realizarse en soledad;
necesita proyectarse en otros; dar ayuda
y ser ayudado. Necesitamos alguien que, desde fuera, nos vea, nos
aconseje, nos anime…
Esta ayuda la hemos de buscar. El que busca, halla.
Y no llamemos ayuda a cualquier cosa. No se trata de alguien que me consuele de forma fácil,
dándome la razón porque sí. Es mejor la verdad que el engaño, aunque,
indudablemente complazca más que nos den
la razón. En esto debemos ser muy sinceros.
Un buen médico es aquel que te receta lo que remediará tu mal, no el que
te deja escoger el tratamiento, el que te deja comer lo que te gusta o el que
te dice, por no disgustarte, que sólo es un constipado lo que es un cáncer… Eso
sería una traición al enfermo y a la medicina.
Hemos de buscar una ayuda en personas que nos ofrezcan
confianza, que intentan vivir (con
respeto a todos) los valores que nos parecen correctos, aunque no sean los más
fáciles ni más cómodos… Nos gustó una frase que los niños del cole tenían
escrita en un cartel, como pensamiento de la semana. Si no recordamos mal
decía: “El mundo está lleno de buenas intenciones, pero vacío de gente que las
aplique” (Blaise Pascal). Para nuestro caso, basta una persona que lo intente
sinceramente, que sí que las hay.
Además de esta ayuda externa, nos hemos dejado la mejor
para el final. En la familia, ¿quién mejor amigo/a, consejero/a, estimulo y
ayuda que el que hemos escogido como compañero/a de nuestra vida? Emprendimos
esta aventura de formar una familia juntos, con la ilusión de hacerlo muy bien
y por supuesto deseábamos ser la ayuda para el otro cuando lo necesitara, pues
la vida nos hace pasar momentos duros donde precisamos ese estímulo… Trabajemos
ese punto. Ganémonos el corazón del otro, seamos un refugio apetecible donde se
pueda descansar en los malos momentos y donde se recuperen los ánimos y las
fuerzas. Cuando seamos nosotros los abatidos, pidamos la ayuda con sencillez y
cuando sea el otro, seamos positivos y comprensivos. La ayuda mutua será, sin
duda, uno de los mayores motores que nos
llevará más lejos.
Paciencia: Se necesita tiempo, indudablemente para unas cosas más
que para otras. Todo proceso necesita tiempo. Los mismos niños necesitan años
para adquirir una formación intelectual básica. Del mismo modo debemos asumir que la personalidad debe
llevar también un largo proceso de formación.
Pero lo mejor de este proceso, es que puede ser
entusiasmante, a pesar de requerir esfuerzo y lucha. Podríamos compararlo con
los estudiantes de música. Casi deberíamos pensar que en los primeros cursos, todos deberían sentir un fuerte deseo
de dejarlo, ya que su música no suena tan bien como la de sus profesores
(podríamos preguntarles también a los vecinos). Sin embargo, ellos experimentan
que aquello “va sonando”, que son ellos los que están siendo capaces de hacer
sonar “esa música” (que en el fondo es de Mozart, de Pachelbel, Beethoven… y
¡es preciosa!) y se sienten contentos, realizados, en algunos momentos hasta
admirados… aunque saben perfectamente que aún les queda muchísimo por lograr.
La razón de esta paradoja es que el hombre está hecho para superarse y donde
haya “gotitas” de superación allí encuentra satisfacción. Por tanto, no nos
engañemos pensando que total, como no lo voy a conseguir, no merece la pena ni
empezar. Si sólo esperamos gozar cuando hayamos llegado al final estamos
realmente equivocados, porque no existe el final en el perfeccionamiento del hombre. Además esto
equivaldría a decir que el hombre ha llegado a su tope, tiene un límite y de
ahí no puede pasar. Este pensamiento sería decepcionante.
Animémonos a empezar, merece la pena.
JUEGO MOTIVACION:
Si empezamos desde muy pequeños este estilo, nos irá
mejor. Cuando vengan a darse cuenta estarán bastante habituados y formados en
la voluntad. Para motivar a los pequeños a tener constancia y voluntad con los
propósitos, vamos a intentar encontrar algo que les anime a intentarlo. Podríamos hacernos un álbum
casero. Como todos tenemos cuentos muy bonitos, podemos calcar los personajes
que más les gustan; los recortamos y le damos forma de cromos. Si doblamos tres
hojas (juntas) por la mitad, nos quedará un pequeño cuadernillo. Pintamos la
portada y en el interior ponemos el
título de diez cuentos famosos: Peter pan, Caperucita, Heidi, Los tres
cerditos… rotulando las cuatro siluetas de los cuatro personajes principales
del cuento, para que peguen allí después los cromos.
Ahora se trata
de ganarse los cromos. Para hacerlo más interesante dibujamos en una cartulina
un paisaje con un lago y unas barcas (por decir algo). Cada hijo tiene una
barca y debe llegar a la otra orilla del lago, en varios pasos. Una vez ha
llegado, puede llevarse a uno de los personajes de los cromos que están allí esperando y vuelve a empezar al
embarcadero.
Los cromos van
sin pintar, así ellos se los colorean a su gusto y les queda tan bonito que les gusta
remirárselo.
HISTORIA: EL CABALLERO SIR ROLAND
Nuestra historia discurre en un país fantástico, donde
existían gigantes, duendes y magos. En un espeso bosque había una pequeña
aldea, custodiada por las murallas de un castillo. En una zona pantanosa, no
muy lejos de allí, moraban unos gigantes malvados que no les dejaban vivir
tranquilos, pues de vez en cuando arrasaban los campos y robaban el ganado de
los pacíficos habitantes de la aldea. La gente del pueblo rogaba a su rey que
hiciera algo por librarles de esta amenaza y miedo constante. Así, el rey del
castillo preparó durante años un pequeño ejército y lo entrenaba diestramente
con la esperanza de poner fin a este acoso.
Los soldados contaban con unos escudos que tenían una
propiedad mágica. En el escudo de aquel caballero que realizara la acción más
valerosa, aparecería una estrella que brillaría con gran resplandor.
Todos los soldados deseaban ver brillar esa estrella en
su escudo, por esta razón se esforzaban en sus entrenamientos. Sir Roland era
el más joven de los caballeros del rey, estaba muy contento de haber sido
admitido en este pequeño ejército y soñaba con servir a su rey y a su pueblo
luchando contra los gigantes. Era muy diestro con las armas, siendo del grupo
de los mejores. El rey lo miraba complacido.
Llegó el momento de partir hacia el pantano, a emprender
la dura batalla. Se abrieron las puertas del castillo y el ejército empezó a
salir entre los vítores del pueblo. Por fin había llegado el momento que Sir
Roland tanto deseaba, su corazón palpitaba de emoción ¡tenía muchas ganas de demostrar
su valentía!
Pero, he aquí que el rey se le acerca a caballo y le
encarga: “Sir Roland, usted se quedará aquí, en las puertas del castillo,
custodiando la ciudad. ¡Bajo ningún concepto abandone su puesto!”
El rey dio la vuelta, espoleó el caballo y se adelantó.
Sir Roland vio como todo el ejército se adentraba en el bosque.
¡Cómo describir los sentimientos de Sir Roland! Una
mezcla de estupor, rabia, e inmensa decepción…El, que era tan bueno con la
espada y quería demostrar su valor…hubiera sido una gran ayuda en el campo de
batalla…pero allí le habían dejado… a las puertas del castillo…como un niño…
Pero como quería ser un buen caballero, fiel a su rey, no
protestó y poniéndose firme inició la guardia. Por la noche, subió el puente
levadizo como era costumbre y a la
mañana siguiente muy temprano, lo volvió a bajar y se puso a montar guardia.
Pasó por allí una anciana y cuando lo vio empezó a
increparle:
-¿qué haces
ahí, soldado? Deberías estar en el campo de batalla, como todos los demás
soldados…o ¿es que no tienes el suficiente valor?
Sir Roland no podía contestar pues estaba de guardia,
pero sintió ganas de defenderse. Se mordió la lengua. La anciana seguía
increpándole. A pesar de sentir hervirle la sangre, Sir Roland se impuso a sí
mismo aguantar. Por fin la anciana se marchó.
A media mañana llegó un caballo con uno de los soldados
herido, tumbado sobre el lomo. El caballo sabía el camino de vuelta y pasó
sobre el puente levadizo. Sir Roland avisó a algunos aldeanos para que lo
asistieran. Cuando el caballero pasó al lado de Sir Roland le dijo:
-Sir
Roland, vaya a sustituirme, la batalla está siendo dura y sangrienta.
Sir Roland pensó que ya tenía la excusa perfecta para ir
a la batalla. El no tenía miedo a los gigantes y podría combatir valientemente.
Entonces, le preguntó al caballero si era un encargo del rey y al tener
respuesta negativa sufrió una fuerte duda. Al punto le vino a la mente el
recuerdo de su rey diciéndole: ¡Bajo ningún concepto abandone su puesto!
-
No, no puedo ir, debo guardar la puerta del castillo.
-
Pero… ¡qué oigo!...debería darle vergüenza ser tan
cobarde…
Al oir estas palabras Sir Roland apretó los puños y
sentió que se le nublaba la vista. Cerró los ojos y respiró fuerte mientras oía
las quejas y murmuraciones que hacían contra él los aldeanos que se llevaban al caballero para atenderle.
¡Qué pensamientos corrían por la mente de Sir Roland esa
mañana! A duras penas lograba serenarse y entonces volvía a encenderse recordando lo sucedido. Lo único que le
mantenía era el recuerdo de la orden del rey.
A media tarde, ocurrió otro incidente. Un hombrecillo
quiso pasar el puente, pero Sir Roland no lo reconoció como habitante del
pueblo. Le cerró el paso y le preguntó qué quería, y éste sacando una espada de
debajo de su túnica le dijo:
-Anda, toma esta espada mágica y ve a luchar con tus
compañeros, con ella ¡ganaréis la batalla! Sí, es una espada invencible…
Sir Roland quedó atónito. Ahora sí que le parecía un
deber coger la espada y marchar a la batalla. ¿Cómo iba a parecerle mal al Rey
que dejara el puesto por un motivo tan vital? La batalla seguramente estaba
resultando muy dura y su aparición podría ser decisiva… con esta espada
salvadora.
-¡Corre,
cógela, no pierdas más tiempo, tus amigos están en peligro!
A punto estaba de cogerla cuando le pareció oir con más
fuerza que nunca la voz del rey diciéndole: ¡¡No abandones tu puesto bajo
ningún concepto!!
Sir Roland retiró su mano y sintiéndose incapaz de vencer
esta vez la tentación de escapar corrió al interior del castillo y empezó a levantar el puente
levadizo.
¡Qué a tiempo! El hombrecillo no era más que un engaño, y
empezó a crecer, crecer… resultando ser uno de los últimos gigantes del pantano que tenía ciertos poderes
mágicos. Viendo la batalla totalmente perdida había huido y quería jugar la
última carta metiéndose en el castillo para incendiarlo aprovechando que estaba
desprotegido.
El gigante dio un grito desgarrador y convirtiéndose en
humo desapareció. Habían acabado con todos los gigantes.
Al cabo de una hora, Sir Roland, aún aturdido por todo lo
ocurrido, oyó el chasquear de armaduras y pisadas de caballos ¡su ejército
volvía! Muy contento bajó el puente levadizo y se puso firme con su espada y
escudo. El rey y los supervivientes del pequeño ejército entraron al castillo lentamente,
volvían exhaustos y malheridos. Todo el pueblo estaba en la plaza de la ciudad,
vitoreándolos. Sir Roland acudió a arrodillarse ante el rey. En ese momento,
notó que todos le miraban y se produjo un silencio mortal. Alguien llegó a
balbucir:
-¡¡ Mi.. mirad!! ¡El escudo de Sir Roland!
Efectivamente, en el escudo de Sir Roland brillaba una
estrella deslumbrante, era la estrella
del valor, otorgada al caballero que había realizado la más valerosa de las acciones: vencerse a sí mismo.