Al igual que todas las ciencias
evolucionan, también lo hace la educación.
Si contemplamos la trayectoria seguida por la forma de educar, podemos apreciar grandes cambios.
A veces se comenta: “antes los
niños y jóvenes salían mejor educados, había más respeto, no se te ocurría
contestar a un padre o maestro…”
Entonces podríamos pensar: ¿es posible que la ciencia de educar haya ido
a menos en lugar de a más? Analicemos un
poquito esto, no caigamos en juicios apresurados. Hemos de tener en cuenta que
en la historia de la humanidad ha habido siempre una fuerte componente de
agresividad, violencia, abuso de autoridad y de la ley del más fuerte. A todos
los niveles: a nivel de países, a nivel de gobiernos y a nivel personal. Lógicamente no había otra solución: o te
portabas bien o te cortaban la cabeza. ¡Con razón había menos malas
conductas! Sin embargo estas “buenas”
conductas no eran siempre libres ni deseadas.
En la medida que ha ido
despertando la conciencia de la dignidad del ser humano, de que el hombre es un
ser libre, con derecho a ser respetado y
valorado, ha ido desapareciendo o disminuyendo de la sociedad la esclavitud, la
dominación, la pena de muerte, la violencia… Y eso está muy bien (aunque aún quede
muchísimo por hacer y mejorar). Igualmente se ha ido desaconsejando en la
educación la agresividad. Y es verdad, la educación, cuyo objetivo principal es
formar personas, ¿Cómo lo va a hacer
bien si no valora y trata a los educandos como personas que son? Sería un gran
contrasentido.
Lo ideal y más bonito sería que,
explicando las cosas y razonándolas, los educandos las comprendieran, las
desearan y libremente las realizaran. Pero bien sabemos que la realidad no es
así. La persona es un ser muy complejo, donde actúan muchas fuerzas y factores:
por un lado está la razón, el sentido de responsabilidad, del bien; una nobleza
innata, un cierto altruismo… pero por otro lado, como fuerzas contrarias,
actúan las ganas, la comodidad, la falta
de voluntad, los intereses, el egoísmo… Como consecuencia de todo esto, a veces
hacemos lo que no queremos o no hacemos lo que realmente queremos.
Nos encontramos, entonces, ante
un dilema en el terreno educativo. Si optamos por la agresividad (aunque sólo
sea verbal) incurrimos en un abuso de
autoridad o falta de respeto a las personas. Si optamos por ser complacientes
y benévolos, parece que, como se dice
vulgarmente “se nos suben a la chepa”, hacen lo que quieren y se convierten en
seres exigentes, desagradecidos e incapaces del menor esfuerzo.
Científicos, médicos, ingenieros…
ante un problema se detienen, cierran los ojos, se concentran, piensan… para
buscar una solución. Así también hemos de hacer nosotros, educadores, padres y
madres… ya que este problema es mucho más transcendente. Las otras ciencias
trabajan con materiales, hierro, ladrillos… pero ésta trabaja con personas; en
concreto unas personitas que queremos profundamente y que son nuestros hijos.
Afortunadamente la ciencia de la
educación avanza positivamente. Nos da pistas acertadas. Se trata de conjugar ese respeto y trato amable, con
una dirección firme y segura. Ser benévolos o comprensivos no quiere decir,
ni mucho menos, permitir que hagan lo que quieran. No. Eso les confundiría
totalmente; sería como decirles: “Bueno, si tú lo ves así, hazlo; no pasa
nada.” Cuando en realidad sí pasa y mucho; posiblemente con consecuencias muy
negativas para ellos.
Si a un niño o joven que insiste
en comprar y consumir por puro capricho le consentimos, pensando que eso es ser
“comprensivos”, le estamos diciendo sin palabras “Puedes comprar, no pasa nada”
ya que se lo hemos permitido. Sin embargo, cuando con buenas palabras y razones
le decimos que no se lo compramos y así lo hacemos, aunque llore o patalee, le
estamos transmitiendo el mensaje “Mira, como no es conveniente para ti porque
te harías caprichoso e
impulsivo, tenemos claro que no lo vamos a comprar”.
Puede servirnos el ejemplo de un
médico. Un médico puede ser amable en el trato y al mismo tiempo mandarte (con
una sonrisa) una dieta muy sacrificada y estricta si te ha descubierto
diabetes. El médico ha de ser fiel a la verdad que él conoce y actuar buscando
la salud del enfermo, aunque éste le mueva a compasión. Mal médico sería el que,
por pena, le dijera al enfermo que puede hacer o tomar lo que quiera, cuando
sabe que puede tener consecuencias graves e irreversibles.
Hay quien dice que educar con firmeza produce rebeldía. Realmente la firmeza no produce rebeldes, lo que pasa es que solemos usar la firmeza con el abuso de autoridad y la falta de respeto, y ésta SÍ que provoca rebeldía, pues se hiere el ánimo y el orgullo del educando que se ve sometido y tratado sin respeto. A esto todos somos muy sensibles ¿no es verdad? Sin embargo, si la autoridad se aplica con respeto y el educando se ve y se siente tratado con cariño, está más dispuesto a razonar y tomar aquella opción como propia.
Queridos padres, seamos firmes en
lo que veamos claro; busquemos orientación en lo que no sepamos y seamos
conscientes de que la carga de la educación recae en nosotros, no en los hijos.
Esa carga sería ese aguantarles sus protestas; esa paciencia para esperar un
poco más por escoger este camino de respeto y no de violencia; ese no desanimarse cuando no nos parece ver en
ellos todavía los resultados que ya tocarían; esa constancia para seguir
hablando y haciéndoles pensar con amabilidad lo que ya tantas veces les hemos
explicado, y ese no dejarlo nunca, pase
lo que pase.
Ahora se trata no sólo de saber
todas estas pistas, sino de vivirlas,
aplicarlas, empeñar nuestra vida en ellas.
Intentaremos ir proponiéndoos
cuentos y juegos para que ese “dirigir con firmeza” les resulte más ameno y
divertido, evitando tener que hacerlo “por las malas”. Serán temas o cuentos
que nos servirán como un escenario donde iremos sacando a actuar los
distintos valores o puntos a trabajar.