lunes, 26 de enero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: POLONIA. La hospitalidad



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Polonia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

CUENTO: 

Corrían los años 1920 en un pequeño pueblo de Polonia.  Nikol, un muchacho de unos diez años, vivía con sus padres en una humilde vivienda, algo alejada del pueblo. El padre era leñador, pero hacía unos meses había tenido un accidente: una enorme rama le había caído en la pierna fracturándosela muy seriamente.  Le intervinieron y le mandaron guardar reposo más de un año en una silla de ruedas, si quería recuperar la pierna.

Nikol siempre había colaborado en casa, pero esta situación hizo que  aún lo hiciera más. Cuando volvía del colegio, se desvivía  por sus padres. Tenían un pequeño huerto que cuidaba con esmero, pues de él dependía buena parte de su alimentación. Nikol era un chico inteligente, le gustaba estudiar. El hecho de que le tocara vivir la penosa situación de su padre, hizo que despertara en él el deseo de ser médico para poder aliviar y curar a las personas que sufren.
En su afán por ayudar, tuvo la idea de pintar pequeñas láminas y tarjetas para venderlas en el pueblo, pues se le daba muy bien dibujar. Todos los sábados, cuando había  mercado, Nikol andaba los dos kilómetros  de distancia que separaba su casa del pueblo y allí vendía sus láminas para comprar lo que su madre le encargaba. Nikol estaba muy contento porque aunque era poco lo que le proporcionaban sus dibujos, habitualmente le permitía comprar lo que su madre necesitaba. Llegó el invierno, con sus nevadas y fríos. Aquel sábado amaneció con una fuerte ventisca. Esto no acobardó a Nikol,  quien, poniéndose su gorro y abrigo de pieles se disponía a salir con sus láminas y el cesto de la compra. Cuando su padre lo vio preparado, le dijo:
-Hijo, hace mucho frío y viento, veo temerario salir así…, quizás podamos pasar sin que vayas al pueblo…
-Pero  si tenemos la despensa vacía ¿Cómo vamos a pasar la semana, papá?
Sus padres se miraron, Nikol decía la verdad. A pesar de ello, la madre dijo:
      -Nikol, nos importas más tú.
      -No os preocupéis, sabéis que es preciso ir. Iré con mucho cuidado, conozco muy bien el camino, es imposible perderse.

Nikol, abrigándose concienzudamente salió bajo la mirada preocupada de sus padres.
Realmente afuera hacía mucho frío. Nikol empezó con buen ritmo, quería llegar rápido al pueblo. Aquella mañana apenas había desayunado, prefirió dejarles su ración a los padres, sin que ellos lo supieran.

Eran sólo dos kilómetros, pero ciertamente que la niebla era espesa y se hacía difícil distinguir el camino. Por un momento, la niebla se hizo tan espesa que, sin horizonte que le sirviera de referencia, se desorientó totalmente. Siguió  caminando con la esperanza de reencontrar la orientación, pero tras una hora de camino, se convenció de que estaba  perdido. Notó un frio helador. Llevaba demasiado tiempo al aire libre y los pies y manos empezaron a entumecerse y producirle gran dolor. Al tiempo, se notó débil,  tenía también bastante hambre. No sabiendo que hacer se encomendó al Cielo y volvió a ponerse en camino. Al cabo de unos minutos le pareció distinguir una ténue luz. Era una casita. Se sintió salvado y allí se dirigió. Llamó a la puerta y la recibió una joven señora, con dos pequeños niños que se le agarraban al vestido. Al verle, le hizo pasar rápido y se interesó por él.  Lo acercó al fuego del hogar. ¡Se sintió revivir! Después de un buen rato se sentía mucho mejor; preguntó a la señora por donde se iba  al pueblo. Ella le dijo que ya estaba en él, aunque  vivía en las afueras, pero que al salir divisaría el campanario si la niebla no era muy densa. ¡Qué alegría sintió Nikol! Cuando iba a despedirse, la señora le ofreció un buen vaso de leche caliente.
                -Anda, te irá bien para guardar el calor. Tómatelo.
Como ella insistía, Nikol se la tomó y aquel vaso le pareció la cosa más maravillosa del mundo. Le reconfortó totalmente. Después de agradecérselo salió de la casa y en dos minutos llegó a la plaza del pueblo, donde, afortunadamente pudo vender mejor que nunca sus láminas. Con ello pudo comprar  con mayor abundancia de lo habitual.

A eso del mediodía, la niebla empezó a disiparse. Nikol aprovechó para volver a casa y en menos de media hora se encontraba en su hogar.
¡Qué alivio y alegría sintieron los tres!

Pasaba el tiempo y Nikol sentía que su deseo de ser médico crecía, año tras año, incluso cuando su padre recuperó totalmente la movilidad.
Pasaron aquellos años difíciles. Finalmente, gracias a su esfuerzo y perseverencia,  Nikol consiguió más de lo que había soñado: llegó a ser un médico de reconocido prestigio en un gran hospital, donde se sentía feliz y realizado atendiendo y aliviando con su saber. Pasaron los años.

Un día, al pasar consulta por las habitaciones, visitó a una señora de edad avanzada cuya cara le resultaba familiar. Había ingresado urgentemente aquella mañana. Tenía una enfermedad grave en los pulmones. Debía ser intervenida urgentemente, pues su vida corría peligro. La informaron de todo y Nikol dejó escrito a la enfermera todo el proceso y tratamiento en una nota.
Al salir de la habitación, la duda le repiqueteaba en la cabeza ¿dónde había visto a esa mujer? Entonces llegó la enfermera, con la nota escrita por él, en las manos. La paciente había añadido: “Señor médico, no me intervenga usted, pues no tengo dinero para pagar la operación”

Súbitamente Nikol  recordó donde había visto aquel rostro. ¡Sí! Era aquella joven señora que hace tantos años, con su humilde ayuda, le había salvado de tan apurada situación. Entonces Nikol, emocionado, escribió como respuesta  a continuación en la nota: TODO PAGADO POR UN VASO DE LECHE.