viernes, 17 de abril de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: ITALIA. Ayuda discreta y desinteresada.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Italia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Italia


UNA ANÉCDOTA DE MIGUEL ANGEL.

Hace muchos siglos, murió en Roma, a los 90 años de edad, el más grande artista de los tiempos modernos: Miguel Ángel Buonarroti.

A los catorce años hizo un dibujo tan perfecto que su maestro dijo: “Este alumno sabe ya mucho más que yo” y le animó a entrar en la escuela de artistas fundada por Lorenzo “el Magnífico”. Mientras estuvo en  esta escuela, en  Roma (1496- 1500) hizo una maravillosa escultura, llamada “La Piedad”, que representa a la Virgen María con Jesús muerto en los brazos. Desde que terminó esa escultura, fue  considerado como el mejor escultor de Italia. Luego hizo otras esculturas maravillosas, como el Hércules, el Moisés, el David… esculturas tan perfectas que dicen que sólo les falta hablar.
Miguel Ángel también fue pintor. El Papa le encargó pintar la bóveda de la Capilla Sixtina,  una pintura inmensa que representa “El juicio final”. También construyó la Basílica de San Pedro, empleando diecisiete años y no admitiendo ningún pago.

La anécdota que relatamos  aconteció cuando el Duque de Toscana anunció un concurso para realizar una estatua de Santa Cecilia. Eligieron como juez de ese concurso al famoso Miguel Ángel.

Por aquellos días, vivían en Florencia dos hermanos huérfanos, los hermanos Rolla. El mayor tenía 20 años, y era un escultor de mucha habilidad. El pequeño se llamaba Carlino; como era un niño sólo podía ayudar a su hermano mayor haciendo algunos recados y llevando a vender las pequeñas estatuas que aquél esculpía.  Un comerciante de la ciudad se las compraba por  20 florines de plata cada una y después las revendía por 80. Sin decir a nadie el nombre verdadero del autor engañaba a la gente diciendo que las compraba en Alemania.

Un día, al ir por la calle, Carlino se enteró  que el Duque de Toscana había anunciado un concurso para premiar a la mejor estatua de Santa Cecilia orando. Para ganar ese premio había que empezar comprando un gran y hermoso bloque de mármol y buscar alguna persona que hiciera de buen modelo.

Para comprar el mármol, el joven Rolla vendió casi todo lo que tenía en casa; pero para pagar a una persona que hiciera de modelo  ya no tenía dinero. Se fue, por eso, a la Iglesia de la Anunciación. Allí vio a una joven que estaba arrodillada con fervor en el altar. El joven Rolla sacó un papel y un lápiz y detrás de una columna de la iglesia, hizo un rápido - pero perfecto – dibujo de la hermosa joven en tan profunda oración. Luego regresó alegre a su pobre taller y comenzó a trabajar con el mármol para conseguir la deseada estatua.

Como tenía que hacer también estatuillas para venderlas y así poder vivir, el plazo final para el concurso se aproximaba muy rápidamente. Por eso trabajaba incluso por las noches.

Fueron muchas las estatuas que se presentaron al concurso del gran Duque, quien hizo venir de Roma a Miguel Ángel para que las viese y decidera cuál era la mejor.
El joven Rolla trabajaba con gran interés en su escultura y estaba quedando muy bella; pero cuando llegó al codo , se encontró con una sorpresa: aquella parte de mármol tenía una veta que corría peligro de romperse. Y si se rompía habría perdido el trabajo de muchas semanas. Pensó que era mejor ir despacio y tallar aquella parte delicada cuando se encontrara en paz, sin nerviosismos.

   - ¿No terminas aún la estatua? Te ha quedado preciosa- preguntó Carlino.
   - La terminaré dentro de poco, pues necesito estar en calma.
   – Ya, pero el concurso termina mañana- insistió su hermano  pequeño- te has de dar prisa.

Sin embargo, el hermano mayor cubrió la estatua con un lienzo  blanco y salió a tomar el aire fresco de la tarde.

Llegó el día siguiente, que era el plazo final para entregar las estatuas al concurso. El gran Duque de Toscana pasó a verlas acompañado del gran artista Miguel Ángel. Este dijo, después de verlas una y otra vez, que ninguna de ellas merecía el premio prometido. El gran Duque permitió entonces que la gente de la calle entrara a verlas. Entre esa gente había un niño: Carlino. El niño iba con las estatuillas que hacía su hermano mayor para venderlas, esperando que alguien le diese algún dinero para cenar aquella noche. Miguel Ángel, que tenía una intuición especial, vio aquellas estatuillas  casi por casualidad y le dijo a Carlino:
               -¿Qué tienes ahí, pequeño?
           -Son unas estatuillas que hace mi hermano; somos huérfanos y así podemos ir viviendo; mi hermano es escultor.
 Con gran bondad, Miguel Ángel compró aquellas estatuillas por 100 florines cada una y le dijo a Carlino:
              -Me gustaría conocer a tu hermano. Parece un buen artista. ¿Me llevas a tu casa?

Cuando entraron en la casa, el hermano mayor no estaba. Miguel Ángel vió una estatua grande cubierta por un lienzo blanco. Carlino dijo: -Espere aquí, Señor; voy a buscar a mi hermano.

Al quedar solo, Miguel Ángel levantó el lienzo y quedó maravillado al ver una Santa Cecilia verdaderamente magistral. Como era experto se dio cuenta también de que en el codo había una veta de mármol muy frágil, con mucho peligro de romperse si alguien la seguía tallando. Entonces Miguel Ángel tomó un cincel y un martillo y con algunos delicados golpecillos dados por sus manos de artista incomparable terminó la escultura. La volvió a cubrir con el lienzo y poco después vio llegar a Carlino, muy preocupado: -Lo siento, señor, pero no he logrado encontrar a mi hermano.

Miguel Ángel le dijo amablemente: -No te preocupes, volveré mañana; quiero hablar con tu hermano.

Al anochecer llegó el joven Rolla a casa. Estaba triste por no haber podido presentar su escultura al concurso, pues el plazo  ya había acabado. Su hermano Carlino intentó alegrarle diciéndole que un señor muy importante le había comprado las estatuillas a 100 florines cada una y que al día siguiente quería hablar con él. Rolla, al cabo de un rato, levantó el lienzo de su estatua y dijo lleno de sorpresa:

     -¡Oh, parece que un ángel hubiera tocado mi estatua y terminado mi Santa Cecilia por la parte más difícil…!  Y se preguntaba si aquel misterioso personaje que su hermano le dijera tuviera algo que ver con todo esto.

Al día siguiente, tal como había dicho, Miguel Ángel se presentó  en su casa junto con el gran Duque. Rolla quedó sobrecogido al recibir semejante visita y lo comprendió todo. Sólo Miguel Ángel podía hacer algo tan difícil con tanta perfección.

El Duque quedó enorme admirado de la estatua y mandó llevarla en su carruaje al palacio para decir a toda la gente que ésa era la estatua que merecía el premio del concurso.

Como el joven Rolla era muy honrado, no quería engañar a nadie. Así, cuando le iban a dar el premio, dijo: Yo he hecho esta estatua, sí, pero la parte más difícil…

Entonces Miguel Ángel le hizo un gesto, mandándole callar y tomando él la palabra, añadió: "Todos los que trabajamos en el mármol tenemos un ángel bueno que nos ayuda en los momentos más difíciles…"


De esta forma resplandeció no sólo la gran habilidad artística del gran Miguel Ángel, sino también su amabilidad y humildad, que ayudó al joven Rolla sin desear que todo el mundo se enterase.