Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA
os presentamos un nuevo país: Bélgica, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
Hoja Bélgica
Hoja Bélgica
LAS TRES HACHAS.
Hace muchos años vivía en un
pueblo de montaña un leñador. Cada mañana cogía su vieja hacha y se dirigía al
lago, donde crecían frondosos y abundantes árboles y allí empezaba su dura
labor. Si tenía suerte, podía recoger
ramas o pequeños troncos que el río arrastraba y acumulaba en algunos remansos,
y si no tenía que cortar con su ruda hacha ramas o troncos de árboles viejos.
Luego los subía a una pequeña carreta que tenía y los llevaba al pueblo para
venderlos. Esta tarea le daba escasamente para mantener a su familia.
El pobre leñador suspiraba por
comprarse un hacha nueva, más fuerte y afilada, pues con la que ahora tenía,
tan basta y gastada avanzaba bien poco recogiendo leña. Sin embargo esto era
algo, de momento, impensable pues aquel año había sido de poca cosecha y los
precios andaban más altos de lo normal
¡como para gastarlo en hachas cuando las bocas de sus hijos pedían pan!
Una mañana, como de costumbre, se
dirigió al lago. La belleza del paisaje,
el ruido del agua correteando por el arroyo siempre le alegraba y animaba.
¡Desde luego que tranquilidad y paz se respiraba! Pero la preocupación y el
apremio por llevar algo a casa le hacían volver a la realidad. Aquel día observó que un gran número de
troncos se habían acumulado en el remanso. Quizás había habido tormenta en la
montaña, ocurría de vez en cuando; los
rayos y el fuerte viento partían ramas y troncos, que después eran
arrastrados. Nuestro amigo bien se
alegró de que la naturaleza le ofreciera generosamente todo aquello, que además
de abundante, venía sin esfuerzo.
Se puso el hacha en el cinturón y
se acercó al borde del lago. Empezó a
recoger leña en su carreta. Dio un salto para posicionarse en una gran piedra
que estaba cerca de la orilla y al
hacerlo se le cayó el hacha al lago. ¡Qué disgusto, su hacha…! Cogió una rama
para sondear el fondo, pero cual fue su sorpresa al comprobar que la larga rama
no encontraba tope. No sabía que esa
zona del lago fuera tan profunda. Se
quedó pensando, no sabía qué hacer; él no sabía nadar, sería una temeridad
meterse, más aún cuando no había seguridad de cuán profundo era el lago en ese
lugar. Tampoco se resignaba a no intentarlo. Al fin, pensando que su familia
dependía del trabajo de ese hacha, pensó
en zambullirse, aunque el sólo pensamiento le llenaba de profundo temor.
Fue justo entonces cuando del
fondo del lago emergió una bellísima joven, el hada del lago. Había sentido
lástima del leñador y quería ayudarle.
- ¿Cuál es la causa de tu pesar, buen hombre?
- Oh, querida hada, justo ahora se me ha caído el
hacha al fondo del lago.
- No te preocupes, iré a buscarla yo misma.
Diciendo esto el hada se sumergió en las aguas. Al cabo de
un rato, apareció de nuevo. Llevaba un hacha de oro.
- Toma tu hacha, la encontré en seguida.
- ¡Vaya maravilla de hacha! Nunca había visto una
igual, pero… no, no, no es ésa mi hacha.
Entonces el hada se sumergió de nuevo, desapareciendo bajo
el agua. En unos instantes volvió a la
superficie llevando consigo un hacha de plata.
- Te traigo esta otra hacha que encontré.
- ¡Madre mía, que hermosura, pero de nuevo mi
hacha no es ésa!
Nuevamente se hundió el hada en el agua y en un momento
volvió trayendo un hacha de hierro, fuerte y brillante.
-Querida hada tampoco es ésa mi hacha, la mía es una vieja y ruda, que apenas sirve para cortar troncos.
El hada sonrió y le dijo: Ya lo sé, la tuya es ésta. Y metiendo la mano en el agua sacó sin ninguna
dificultad su vieja hacha.
-Sí, sí… ésa es mi hacha, cuánto os agradezco que hayáis podido recuperármela.
Entonces, para su sorpresa, el hada dijo:
- Veo
que eres sincero y has dicho siempre la
verdad. Me has tratado con dignidad y respeto. No está bien engañar a los demás y buscar ganancia a costa de mentir. Has sido valiente. Por haber obrado así te regalo las tres hachas, la de oro,
la de plata y la de hierro.
Y tras entregar las hachas al leñador, desapareció en el
lago.
Imaginaros la alegría del leñador y su familia cuando éste
les contó lo sucedido.
Como la suerte del leñador cambió su vida, un vecino
indiscreto quiso saber la causa del repentino bienestar del leñador y su
familia. Cuando el leñador le explicó que el hada del lago había sacado del
agua un hacha de oro, otra de plata y otra de hierro, quedó tan cegado por la envidia y el deseo de
riquezas que no prestó más atención al
resto del relato, marchándose a toda prisa.
Al día siguiente, el vecino madrugó deseoso de llegar al
lago, ansioso de echar su hacha al río para ver si corría la misma suerte que
su vecino leñador.
Nada más llegar echó el hacha directamente al agua y se puso a gemir fuertemente esperando
impaciente la aparición del hada.
-¿Qué te ocurre, buen hombre, que tan
desconsolado estás?
-Se me ha caído el hacha al agua, cógemela
rápidamente…
El hada se sumergió disimulando su desagrado por los modales de aquel hombre, al rato apareció con el hacha de oro.
-¡Ay, sí, ésa es la mía, dámela por favor!- dijo rápidamente
el hombre estirando el brazo.
Pero el hada le contestó:
- Tengo que decirte que este hacha es mía, por
tanto no te la daré. Has querido engañarme, no me has tratado bien pues me
trataste con falsedad así es que no
mereces mi ayuda. Además, como has tirado tu hacha al río
voluntariamente, señal es de que no la
necesitas. Quede por siempre en el fondo del lago.
Así aprendió la lección aquel
hombre mentiroso y avaro.